... Amaneció, como siempre, o como nunca, tal vez.
Tras la cortina sombría brilla el sol. Tibio enemigo, brinca desde el ocaso para cristalizar mis ojos trasnochados.
A veces sueño, a veces. Hoy no pude, me arrepiento. Me gustaría saber que siente quien vive de los sueños.
Me ví al espejo y me dolió, encontré en él al niño que fui ayer; cuando las bolitas y el balero inundaban la plaza, ese niño que tanto afecto necesito y nunca pudo recibirlo. Ese niño que aunque tuvo una familia, nunca la disfrutó. El mismo niño que no supo abrasar a su padre, ni a su madre decir te quiero. Ese niño estaba ahí, y lo quise borrar. Esquivando su mirada; lejana, pero vivaz; triste, pero real. Quise omitir por un momento una porción de mi pasado y no pude.
Automáticamente apareció otro fantasma, pero esta vez me alegre, sentí por un instante como mis dedos acariciaban las aterciopeladas teclas de un viejo piano.
Poco duró la alegría, en breve emergió de lo profundo de mi alma la figura de una profesora; esa profe de piano que supo, hasta el final de su vida, hacer hablar con bellos sonidos las difónicas teclas de aquel legendario piano. Pero nada es para siempre. Es irracional pensar como una puta enfermedad puede callar al sonido más hermoso.
Los acordes más tristes vinieron a mí. Los acordes de su muerte, que junto a una lagrima cerraron la partitura del ayer…
